En ese terreno donde se enfrentan las libertades del mercado y las consideraciones éticas, la pandemia vino también a agregar presión: desde agosto de 2020 los fabricantes de equipamientos médicos en EE.UU. no pueden poner limitaciones a la reparación de sus productos, especialmente los que asisten en la respiración. Una victoria del movimiento llamado “Right to Repair”, que en Europa lleva muchos años dando batallas para que las compañías den acceso a repuestos, herramientas e información para que consumidores y talleres puedan evitar consumo innecesario y toneladas de desperdicio, de todo tipo.

‍“Lo que más me entretiene de arreglar cosas es el hecho de que vuelvan a funcionar. Enfrentarte a algo que está descompuesto y ver con tus propios ojos cómo revive genera empoderamiento. Es una victoria”, dice Lucas Vázquez, impulsor en Chile de otro movimiento contra la obsolescencia programada, los Repair Cafés. 

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Hoy Lucas es académico en temas de sustentabilidad y se dedica a hacer arquitectura sostenible; pero, por supuesto, fue el niño que abría aparatos para ver cómo funcionaban y con ayuda de su abuelo aprendió a reparar algunos. Sus amigos siempre consultan con él antes de botar algo a la basura. “Un día recibí a un amigo de un amigo en mi casa para arreglarle un taladro. Me dijo ‘esto es muy entretenido. Deberías hacerlo en otra escala’. Investigué y encontré este movimiento que lleva bastante tiempo, diría que desde finales de los 90. Los repair cafés o cafés de reparación son instancias donde la gente se junta a reparar cosas para su propia comunidad. Generalmente están asociados a iglesias, centros comunitarios, juntas de vecinos y otros espacios muy locales. Son pequeños, pero son muchos y así logran impacto”, explica Lucas.

Además de ventajas en lo ambiental y lo económico, instancias como estas generan cohesión social y un encuentro generacional: “En Europa la población está muy envejecida. Son los viejos quienes saben reparar y los jóvenes no. Lo hacen porque tienen una voluntad, pero también porque vivieron más tiempo entre cosas reparables. Hay un hecho innegable: es parte de una estrategia de diseño agregar trabas a la reparación. Eso está demostrado, se llama obsolescencia programada. Pero además la tecnología es cada vez más específica, más compleja, y es cada vez más difícil intervenir. Es mucho más fácil arreglar una radio de los 60 que un teléfono de hoy”.

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Lucas creó una cuenta de Instagram e invitó a jornadas de reparación en su propia casa. Fue un éxito. “Empecé a conocer mucha gente y muy entretenida, muy sensible a los temas de sustentabilidad. Me di cuenta de que no sé mucho más que los otros, solo me atrevo a hacerlo. Cuando arreglaba algo a alguien, muchas veces veía en la cara de esa persona la epifanía ‘esto podría haberlo hecho perfectamente yo’. Eso es un cambio radical en la percepción de uno como usuario de objetos”. 

Hasta ahora la buena fe mantiene unido a un grupo de alrededor de siete voluntarios, muy motivado por hacer un cambio, que al menos una vez al mes ocupa el espacio de La Paz 482 -el Laboratorio de Innovación de Independencia Ciudadana- en jornadas de reparación de audífonos, ropa, tejidos, bicicletas y otros artículos. “La idea es poder lograr que esta filosofía de los repair cafés se extienda. Recibimos invitaciones de otras municipalidades y estamos armando un instructivo para que cualquier comunidad pueda iniciar el suyo sin nuestra ayuda”.

¡Atentos a ese instructivo en @reparemos!

Más información y contacto  reparemoschile@gmail.com

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