Diane Keaton, nacida como Diane Hall en Los Ángeles en 1946, deja un legado que atraviesa décadas y géneros. Su muerte, confirmada por un portavoz familiar, ha conmocionado a la industria y a sus miles de seguidores.

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Aunque las causas aún no han sido divulgadas y la familia ha pedido discreción, se sabe que la salud de Keaton había sufrido un deterioro repentino en los últimos meses. Amigos cercanos relatan que “su estado declinó de forma muy inesperada”, y que decidió mantener su situación médica en privado incluso con aquellos más allegados.

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La llamada al Departamento de Bomberos de Los Ángeles el 11 de octubre reportó atención médica en su residencia, y Keaton fue trasladada a un hospital.

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Su huella en el cine y la memoria colectiva

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Keaton alcanzó la inmortalidad artística gracias a trabajos como Annie Hall (1977), que le valió un Oscar, y sus colaboraciones memorables con Woody Allen. También dejó su marca en sagas tan distintas como El Padrino (interpreta a Kay Adams) o comedias románticas como Something’s Gotta Give.

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A lo largo de su trayectoria, exhibió una presencia lo-fi y excéntrica: sombreros, lentes, constelación de gestos propios que hicieron de su presencia algo inimitable. Asimismo, afrontó desafíos personales ligados a la salud: en distintas entrevistas admitió sus tratamientos contra el cáncer de piel y su batalla con la bulimia.

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En sus últimos años evitó la exposición pública. No había sido vista habitualmente en eventos, y su última aparición significativa se remonta meses atrás. Uno de sus últimos filmes estrenados fue Summer Camp (2024).

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Las reacciones no se hicieron esperar: amigos, colegas y admiradores rindieron homenaje. Keanu Reeves la describió como “una artista generosa y única”. Nancy Meyers, su amiga y colaboradora durante casi cuatro décadas, lamentó la pérdida con una emotiva publicación. Woody Allen, Bette Midler, Goldie Hawn, Steve Martin y muchos otros compartieron recuerdos, destacando su autenticidad, talento y alegría.

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