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Un paisaje más justo, nativo y sostenible

¿Y si la solución a la inequidad en áreas verdes (y en parte a la sequía persistente) no pasara solo por inyecciones de recursos? ¿Si se tratara de un proceso de adaptación y de mucha educación para que logremos valorar nuestras especies endémicas?

Como en muchos otros proyectos suyos, cuando le encargaron vestir vegetalmente la azotea de la biblioteca de la UDP, la paisajista Francisca Saelzer optó por usar las especies que crecen naturalmente y sin cuidados en las laderas de nuestros cerros. Agradecida de la tierra y del agua acotadas que se le ofrecieron, la resiliente pradera se adaptó perfectamente a la arquitectura de Mathias Klotz. Los dedales de oro y las amapolas estaban haciendo su trabajo, hasta que una mañana las personas encargadas de la mantención los arrancaron todos. “Pero si eran malezas”, fue la respuesta que recibió Francisca.

En el Parque Huechuraba –otra de sus obras-, también hubo gente que se quedó con ganas de ver césped, gente que la llamó quejándose “esta cosa se ve desordenada”. Francisca sabe de primera mano que las reglas tradicionales del paisajismo se establecieron en Francia e Inglaterra, que fueron traídas junto a profesionales de esas nacionalidades por las grandes fortunas criollas y que, contradiciendo todo sentido común, se aplicaron en casonas y viñas con rigurosidad, a pesar de que el clima chileno no ofrecía condiciones. Entiende que su propuesta de praderas encuentra resistencias, pero, ante la escasez hídrica actual y la desigualdad territorial que existe en términos de áreas verdes, no cree que quede espacio para ir contra la naturaleza y en pos de visiones nostálgicas, idealizadas e insostenibles.

Paisajismo realizado por Francisca Saelzer para la biblioteca de la UDP.

Incluso en España, físicamente más próxima que Chile a las cunas de la tradición paisajística, también entienden que para sus condiciones climáticas el jardín ultra controlado es una impostura que no se puede mantener. Los grandes profesionales españoles del paisaje están proponiendo una paleta de especies autóctonas que se adapte a la sequía y que no necesariamente se reduzca a la familia de los cactus y las suculentas. “Tenemos la idea de que el agua conlleva riqueza y diversidad, y que la sequía limita las posibilidades de la jardinería en clima mediterráneo. Sin embargo, ocurre al revés, la flora es más rica en las regiones de clima mediterráneo que en las de clima templado”, decía Oliver Filippo, autor del libro “El jardín sin riego”, a El País Semanal en mayo pasado. En el artículo al menos cinco expertos hicieron énfasis en tareas cruciales: privilegiar especies por su capacidad de adaptación al riego disponible y educar tanto a la ciudadanía como los cuidadores frente a los cambios que vienen. El único error fue empezar hablando de “una nueva corriente de paisajismo, impulsada más por la necesidad que por la inercia de las modas”.

Porque esto no tiene nada de nuevo.

En 1977 Giles Clement compró un terreno que no había recibido ningún cuidado en más de 15 años. Lo alteró únicamente lo necesario para poder moverse entre las zarzamoras. Tomó la decisión consciente de no aniquilar a ningún ser viviente para lograr resultados estéticos. Se sacudió entonces de lo aprendido en la facultad de agronomía y en la escuela de paisajismo; comenzó a perfilarse como filósofo de la naturaleza, un defensor influyente de la idea de que sin una relación respetuosa con el reino vegetal estamos perdidos.

Hasta entonces, Clement había usado pesticidas en la cotidianeidad de sus profesiones. “Venenos” los llama él, como el polvo para matar pulgones en las rosas que lo dejó en coma cuando tenía 7 años y se hacía cargo del jardín de su casa, a las afueras de París. Inmediatamente después de los cursos de reconocimiento de especies, la academia le enseñó a rentabilizar de ellas; eso significaba proteger a cualquier costo un cultivo y matar al resto. A sus casi 80 años, en su cátedra de la escuela de paisajismo de Versalles, Clement se preocupa de hacer comprender a sus alumnos la peligrosidad de estas prácticas y lo ilusorio de pensar que no nos afectarán.

Clement habla español perfectamente porque recorrió Sudamérica durante varios años, pasando temporadas en Chile. Su obra es conocida entre los paisajistas nacionales, primordialmente entre los más jóvenes y especialmente su libro “El manifiesto del tercer paisaje”. En él, Clement observa que tradicionalmente el paisajismo se concentró en dos elementos, los árboles y los pastos; menospreciando y literalmente aniquilando una enorme diversidad que sería considerada “maleza”. El tercer paisaje habita en los espacios residuales a los que, por descuido o inviabilidad, ese ordenamiento no llega. En la libertad que ese abandono le entrega ocurren mezclas y relaciones de manera espontánea, prácticamente sin mantenimiento. El tercer paisaje no responde a planes, pero el mismo Clement ha aplicado sus principios, especialmente su diversidad, en obras como el Parque Matisse de Lille, en Francia; y muchos urbanistas lo consideran actualmente en sus masterplans.

No importa si hablamos de tercer paisaje, de paisaje de pradera, de paisaje mediterráneo o el nombre que corresponda en un determinado territorio. Lo importante es que empezamos a ver que la naturaleza tiene raigambre en el territorio y su clima, y que es inevitablemente diversa. Estamos llegando a un consenso global, entendemos al fin la futilidad de nuestros esfuerzos por dominarla. Nos damos cuenta de que son ingratos y demasiado costosos en muchos sentidos.

La estrategia de llevar la vegetación que se da naturalmente en las laderas de nuestros cerros está ganado espacios en muchas de las nuevas construcciones que se levantan hoy en Santiago.

El MINVU lleva tiempo trabajando en una política nacional de parques urbanos para afrontar un hecho que aceptábamos sin muchos cuestionamientos ni esperanzas: las comunas de mayor ingreso tienen más y mejores áreas verdes. Un estudio del INE de 2019 mostró que, si bien el acceso de los chilenos a espacios verdes era bueno, se daban diferencias importantes en la relación metros cuadrados por habitante en una comparación por comunas. “Tienen que ser al menos 10 m2 por persona”, explicaba el entonces Ministro de Vivienda, Cristián Monckeberg. De las 117 comunas consideradas en el estudio –representando a 14 millones de habitantes-, solo 15 cumplían con ese indicador.

Vitacura aparecía liderando en ese estudio con 18,86 m2 de áreas verdes por habitante y probablemente no sorprendió a nadie. No son sólo vecinos de Vitacura los que disfrutan la calidad de espacios como el parque Bicentenario; la inversión en proyectos como ese está a la vista. Lo que no todos vemos son los elementos de innovación que se han introducido en ellos. La arquitecta y paisajista Piera Sartori ha trabajado estrechamente con la Municipalidad de Vitacura y ha plasmado su preocupación por el uso de especies de bajo consumo hídrico y alternativas pasivas de riego en áreas verdes sobresalientes como la Plaza Brasilia. "Debe crearse un vínculo entre la municipalidad, el diseñador o arquitecto paisajista y la comunidad. Hay que hacer un nexo, tenemos la responsabilidad de acercar a la comunidad a un paisaje más ecológico, más justo, más apropiado al lugar, el clima, el suelo y la cantidad de agua que tenemos. Es una batalla que tenemos que dar. Al principio puede que haya resistencia, pero la gente tiene que entenderlo", decía Piera hace un par de años respecto a la reacción de los vecinos cuando en lugar de pasto encuentran gramíneas como la bermuda y cubresuelos nativos del norte chileno como el tiki tiki; sobre la necesidad de educar para ampliar nuestra idea de las áreas verdes.

Como Francisca Saelzer y el mismísimo Giles Clement, como seguramente  estarán de acuerdo los paisajistas españoles entrevistados por El País Semanal, Piera Sartori cree que hablar del paisaje no es listar especies: “Se trata de relaciones entre las partes, los árboles, los arbustos y especies menores, junto a los demás elementos de cada lugar; el suelo, el agua, las pendientes, etc. Son asociaciones. Nosotros trabajamos con nativas, en algunos casos 100%, pero también integramos especies adaptadas a este clima y suelo”. Desde esa perspectiva, que saca de la ecuación las grandes inversiones en riego, puede surgir la solución a la inequidad en términos de acceso y calidad de áreas verdes que creíamos insalvables. La solución para "este problema del paisaje que no nos pertenece y que hemos perpetuado" -del que habla Piera-, requiere más educación y voluntades que recursos.

La oficina de arquitectura y paisajismo Carreño Sartori trabaja frecuentemente con municipalidades como Vitacura y con el Parque Met.
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Creado el

November 24, 2022